Pesca de pargos con mi hijo
Es extraño que mi hijo me pida ir a pescar pargos, ya que su pesca favorita es la de sábalos. Pero no perdí la oportunidad y le dije que por la tarde nos íbamos. Después de pescar unas cuantas carnadas vivas y frescas, nos fuimos a buscar la especie deseada, el pargo criollo. Empezamos a la deriva y en el primer pase mi vara engancha un buen ejemplar, yo diría que demasiado grande. Me tenía respirando fuerte y me di cuenta lo que podría ser por su estilo de pelea. Al fin mi agonía termino cuando a la superficie salió un gran coronado. Una foto y para el agua, yo estaba en búsqueda de los rojos no los grises. Nada más que me senté para coger un respiro, la vara de mi hijo se dispara y otra buena pelea empieza. Esta pelea era diferente y tenía confianza que iba hacer el primer pescado que rompía el hielo. Así mismo fue, un buen pargo entro a la nevera y aunque se veía vacía ya empezaba a coger color. A ese lugar también le sacamos un parguete y mas nada. El atardecer nos estaba cayendo encima y decidí cambiar de lugar.
Posicionando el barco en el lugar preciso en el momento oportuno es lo que me pone el corazón a latir con fuerza, anticipando lo que he vivido tantas veces pero me emociona como la primera vez. La pantalla del fishfinder me muestra lo que buscaba y mis ojos se encandilan de ver las marcas de peces pegadas al fondo. El sol y nuestras carnadas tocan el agua a la misma vez y se pierden hacia las profundidades. El ballyhoo que uso mi hijo no duro mucho, nada mas de bajar ya estaba pegado a un buen ejemplar. Rica batalla que le dio, un buen pargo de doble dígitos. Yo tenía carnada viva, la reviso y ni la habían tocado, pongo otra y para abajo.
Mi hijo sigue con el ballyhoo y cuando está bajando a mitad de agua se dispara la velocidad de la pita, engancha el freno y se dobla la vara. Sabíamos que era un pez pelágico, y sus buenas corridas revelo su identidad, un serrucho mediano se agrego la bolsa.
Mi hijo, engancha otro ballyhoo y sonriéndose me dice, “cambia carnada y usa ballyhoo”, como diciéndome en pocas palabras que yo todavía no había sacado nada, jjjjjjjj. Al bajar su avio, ajusta la profundidad del plomo y casi le arrebatan la vara. Nada más que lo despego el pez del fondo y se sintió mas cómodo en la pelea, me mira y me dice “ballyhoo”. El estaba disfrutando de la buena picada y yo disfrutando verlo en toda esa diversión. Ese pargo si tenía buen peso y tamaño, un ejemplar como los que imaginamos pescar. Ya la oscuridad había llegado y con ella llego el hambre. Me empiezo a preparar un sándwich y mi vara se dispara. Normalmente soy rápido y con un salto le hubiera caído al lado de la vara, pero me hice el lento y mi hijo sin perder un segundo se le tiro a la vara. Otra buena batalla y otro buen pargo de doble dígitos puso la nevera tal como la queríamos, rojita.
Mi hijo contento mirando a la nevera me dice “para que mas que esto, vámonos”, y le dije “si tu estas contento yo también, vámonos”.
El pesco lo que llenaba la nevera este dia y yo pesque lo que llenaba mi corazón al compartir esta pesca con él.